martes, 22 de diciembre de 2009

Enrique Suñer, ilustre pediatra e intelectual católico pozano


Dr. Enrique Suñer Ordoñez (Poza de la Sal, 1878- Madrid 1941)

Médico pediatra y escritor español, autor en 1937, en plena guerra civil, de un famoso libro, Los intelectuales y la tragedia española, de lectura necesaria como fuente para valorar la realidad académica española durante las primeras décadas del siglo XX. Nacido en Poza de la Sal (Burgos) el 26 de septiembre de 1878 [según el Escalafón de 1914 y el de 1931; en diciembre según la enciclopedia Espasa], falleció en Madrid el 26 de mayo de 1941. Estudio medicina en la Universidad Central, en la que se doctoró, obteniendo por oposición, muy joven, la cátedra de Patología General de la Universidad de Sevilla (ingresó en el cuerpo de catedráticos de universidad el día 5 de enero de 1903). También por oposición pasó a ocupar la cátedra de Enfermedades de la Infancia de la Universidad de Valladolid, y en 1921 la de Pediatría de la Universidad de Madrid. En 1906 fue pensionado por el Ministerio de Instrucción Pública para estudiar en el extranjero, y en 1911 representó al Gobierno español en el III Congreso internacional para la protección de la infancia, celebrado en Berlín (donde presentó la comunicación: Contribución al estudio de la etiología y de la profilaxia de las diarreas de verano de los niños pequeños en España). Publicó numerosos trabajos de su especialidad médica (Lecciones elementales de patología general, Madrid 1902; «Fundamentos del tratamiento dietético en los sufríticos», Discurso de recepción en la Real Academia de Medicina de Valladolid, Valladolid 1908; Curso de medicina infantil, R. Alvarez, Madrid 1909; «Apuntes sobre cuestiones éticas con algunas consideraciones de carácter biológico», Discurso de inauguración del curso 1919 a 1920, Universidad de Valladolid 1919; Enfermedades de la infancia. Doctrina y clínica, Valladolid 1918, 3 vols.; 2ª ed., Valladolid 1921, 2 vols.; Nacimiento y evolución de la inteligencia. Formad el espíritu de vuestros hijos, Aguilar, Madrid 1930). Fundador en 1923 y primer director de la Escuela Nacional de Puericultura, en 1928 fue elegido académico de la de Medicina de Madrid, leyendo en el acto de la recepción el discurso «Notas médico-psicológicas sobre educación infantil».

Durante los últimos años de la dictadura de Miguel Primo de Rivera fue nombrado Consejero de Instrucción pública, lo que le permitió conocer de cerca las actuaciones político universitarias del momento, sobre todo las referidas al profesorado: «Aun cuando mi actuación era meramente ciudadana, no obstante que el guión de todos mis actos brillaba con los colores de los más puros sentimientos nacionales, emblema de mis creencias, el mero hecho de no sumarme a la campaña desencadenada por el profesorado masón, marxista y loco contra lo representado por Primo de Rivera, bastó para considerarme en entredicho y merecer la excomunión de los pontífices de la extrema izquierda intelectual.» (Los intelectuales..., pág. 75.) Bajo el gabinete presidido por el general Berenguer, en 1930, al poco de ser nombrado ministro de Instrucción pública el rector de la Universidad Central, Elías Tormo Monzó, y Manuel García Morente como subsecretario, fue cesado Enrique Suñer de su cargo de consejero de Instrucción pública.

Unos meses después de haber abandonado el Consejo aceptó intervenir en un mitin organizado por estudiantes católicos, en el Teatro Alcázar, como protesta ante la discriminación que sufrían en la universidad por respecto a las ventajas que recibía la FUE. En aquella intervención pública de 1930 Suñer describió sin tapujos lo que entendía estaba sucediendo entonces en España: «Parecía absolutamente evidente que un plan misterioso fraguaba una conmoción importante en la vida española. Hasta llegué a expresar mi convencimiento de que la táctica empleada recordaba exactamente la seguida por los comunistas rusos. Traducía yo entonces los primeros vagidos de la criatura engendrada por mi cerebro, que sin duda se hallaba alojada en el seno más íntimo de mi subconsciencia. Con verdadero sentido profético lancé al exterior la génesis de una revolución judaico marxista que, a la hora aquella en que hablábamos, se estaba incubando en España.» (Los intelectuales..., pág. 134.)

La intervención en ese mitin fue recogida por los periódicos derechistas, y Ángel Herrera Oria, el abogado fundador de ACNP y director de El Debate, le invitó a colaborar en ese gran periódico católico, cometiendo Enrique Suñer el desliz de aceptar (Los intelectuales..., pág. 135), aunque con una sección de puericultura, que mantuvo un tiempo.

Volvió a intervenir Enrique Suñer en la palestra política indignado por los «sucesos de San Carlos» (25 de marzo de 1931), en los días previos a la proclamación de la República, al publicar un artículo titulado «La Puericultura de la Revolución» (El Debate de 27 de marzo, recogido en Los intelectuales..., págs. 149-152), que desencadenó una serie de ataques contra su persona: si hemos de hacer caso a Suñer, le habría cabido el honor de ser el primero en recibir como calificativo el de cavernícola (de la pluma del Dr. Manuel Bastos Ansart), insulto que a partir de entonces logró gran éxito, difusión y persistencia en España. Hasta la Junta de la Facultad de Medicina y el Colegio de Médicos (inducido por Gregorio Marañón) intervinieron contra Suñer por haber escrito aquél artículo, y como respuesta El Debate le organizó un homenaje en el Hotel Nacional, al que asistieron Víctor Pradera, Ramiro de Maeztu, &c., unos días antes del 14 de abril.

Poco tiempo después, «por lo que a mi persona afecta, la flamante República premió mi labor, desinteresadamente patriótica, con las dos siguientes determinaciones: fue la primera la suspensión de empleo en mi cátedra, oficiosamente decretada por el decano de la Facultad de Medicina, Sebastián Recaséns, seguida de la advertencia hecha por Marcelino Domingo, Ministro de Instrucción pública, de una formación de expediente, con destitución definitiva, por mi comportamiento en los finales del pasado Régimen. La segunda fue el «ukase» decretado por el tristemente célebre «Licenciado Pascua», hoy embajador en Rusia de la roja España, privándome de la dirección de la Escuela Nacional de Puericultura, fundada por mí, en la cual había con esfuerzo firme trabajado durante cinco años en beneficio de nuestros niños, y cuya solidez debió ser tan grande, cuanto que los recién llegados no se atrevieron a suprimir la institución que yo había creado.» (Los intelectuales..., pág. 161.)

[En 1932] «Algo parecido ocurrió en el Colegio Oficial de Médicos. Aquí la candidatura independiente para la Junta directiva la encabezaba el doctor Antonio Piga, y apoyada por colegiados contrarios a la política del Gobierno derrotaban a la candidatura oficial, al frente de la cual figuraba el doctor Hinojar. Tal derrota era la réplica de la clase médica a una política sectaria desarrollada desde la Dirección General de Sanidad por el doctor Marcelino Pascua, afiliado al socialismo, pero ya en la última fase de su evolución hacia el comunismo. Durante su etapa había destituido a los doctores Enrique Suñer, de la Dirección del Instituto Nacional de Puericultura, fundado y organizado por aquél; al doctor Codina, uno de los creadores de los servicios antituberculosos; al doctor Goyanes, adalid de la lucha anticancerosa; al doctor Nogueras, que durante quince años había dirigido el Sanatorio Victoria Eugenia desinteresadamente. El doctor Pascua persiguió con extremado rigor la presencia de Crucifijos e imágenes religiosas en hospitales y sanatorios. Las asambleas médicas celebradas en Segovia, Avila, Burgos y Granada habían solicitado la destitución del Director General, fundándose en incompetencia para el desempeño del cargo.» (Joaquín Arrarás, Historia de la Segunda República Española, Editora Nacional, Madrid 1970, tomo I, página 377.)

Durante la República colaboró en la revista Acción Española (fue bastante citado su «Estudio clínico social sobre la mentira», tomo XII, pág. 276-ss.), revista que, como es sabido, era «notoriamente enemiga del régimen» republicano.

Fue apartado de su cátedra de forma definitiva por la República: sólo tres días después del 18 de julio de 1936, el Gobierno ordenó «la cesantía de todos los empleados que hubieran tenido participación en el movimiento subversivo o fueran notoriamente enemigos del Régimen» (Gaceta de Madrid, 22 de julio de 1936) y entre el 3 y el 19 de agosto se confirmaron las bajas definitivas de varios catedráticos de la universidad, entre ellos Enrique Suñer Ordoñez (fueron también cesados por la República durante ese primer mes de la guerra: Antonio Royo Villanova, Pedro Sáinz Rodríguez, Severino Aznar Embid, Lorenzo Gironés Navarro, José María Yanguas Messía, Vicente Gay Forner, Alfonso García Valdecasas, Gonzalo del Castillo Alonso, Ángel A. Ferrer Cagigal, Salvador Gil Vernet, Martiniano Martínez Ramírez, Francisco Gómez del Campillo, Eduardo Pérez Agudo y Blas Pérez González; el día 28 de agosto lo fue José María Gil Robles).

En septiembre de 1936 también dejó de ser académico, al decretar el gobierno de la República la disolución de todas las Academias, que debían transformarse en meras secciones de un proyectado Instituto Nacional de Cultura, que no llegó a pasar del papel.

Durante los primeros meses de la guerra civil permaneció en zona republicana, hasta que logró llegar a la nacional, a Burgos, en cuya Junta Técnica del Estado le fue confiada la vicepresidencia y luego la presidencia de la Comisión de Cultura y Enseñanza (que ya venía funcionando hacía varias semanas, nominalmente presidida por Pemán, pero de hecho gestionada por Eugenio Vegas Latapie, a quien ninguna gracia hizo la inesperada aparición de Enrique Suñer).

«Un vicepresidente inesperado. Cuando la Comisión no había empezado, ni mucho menos, a superar, con la fórmula arbitrada, la inestabilidad de carecer, en rigor, de presidente, nos encontramos con la sorpresa del nombramiento del doctor Enrique Suñer como vicepresidente. Era catedrático de la Facultad de Medicina de Madrid. Yo le conocía por haber colaborado algunas veces en Acción Española. Evadido de la zona republicana, acudió en seguida a entrevistarse con el general Mola. En términos, al parecer, de extremada violencia, le expuso la imperiosa necesidad de emprender una 'limpia general', para hacer saltar de sus puestos docentes a cuantos no se juzgara identificados con los ideales del movimiento. Mola se limitó a escucharle y a remitírselo al generalísimo, con una carta en la que manifestaba su interés por todo lo que le había expuesto. Franco le acogió con mucho más calor; pero como ya ocupaba Pemán la presidencia de la Comisión de Cultura y Enseñanza, no pudo más que nombrarle vicepresidente, sin haber consultado antes con ninguno de nosotros. Se vinieron, así, por tierra todos mis planes. Mientras Pemán fue presidente nominal, yo había actuado como secretario en sus casi permanentes ausencias; en la práctica, manejaba yo la Comisión. Incluso estaba autorizado para abrir toda la correspondencia y para retener los expedientes vidriosos, hasta que Pemán pudiera verlos y decidir sobre ellos. Ahora le correspondería al doctor Suñer, legalmente, resolver todos los problemas que se plantearan en las ausencias de Pemán. Muy pronto tuve que enfrentarme, de manera abierta, con él y sus planes exterminadores, con todo entusiasmo secundados por Mariano Puigdollers.» (Eugenio Vegas Latapie, Los caminos del desengaño. Memorias políticas 1936-1938, Tebas, Madrid 1987, página 98.)

El 28 de febrero de 1937 (mes y medio antes de la unificación) firma el texto de su libro Los intelectuales y la tragedia española, escrito durante los meses de enero y febrero, y que fue publicado inmediatamente por la Editorial Española, en Burgos. El catedrático cesado por el gobierno republicano pasó después a presidir el Tribunal de Responsabilidades Políticas, al ser creado este organismo por el gobierno del general Franco, en plena guerra civil [institución que al adoptar ese nombre se inspiró, sin duda, en el Tribunal de Responsabilidades Políticas de la Dictadura, creado por la República, ante el que, por ejemplo, presentó Jose Antonio Primo de Rivera su defensa de Galo Ponte el 26 de noviembre de 1932].

En enero de 1938 el gobierno del general Franco creó el Instituto de España, donde renacieron con su propia personalidad las Academias que había disuelto la República. La Academia de Medicina se restableció en San Sebastián, hasta que en 1939 pudo volver a Madrid, y en la capital guipuzcoana fue presidida por Enrique Suñer, con la colaboración de Leonardo de la Peña y Santiago Carro (en San Sebastián, en 1938, se publicó la segunda edición de Los intelectuales y la tragedia española).

«El Instituto quedaría legalmente constituído por un decreto de primero de enero de 1938, que revelaba un sorprendente poder adivinatorio. Por el artículo octavo del mismo eran designados para constituir la Mesa del Instituto, entre otros, los 'Señores Académicos siguientes: presidente, don Manuel de Falla, de la Academia de Bellas Artes; vicepresidente, don Pedro Sainz Rodríguez, de la Academia Española; secretario perpetuo, don Eugenio d'Ors, de las Academias Española y de Bellas Artes...' El señalado poder adivinatorio estribaba en considerar a Sainz Rodríguez 'de la Academia Española', cuando en el Anuario de esta Corporación figura como elegido el 5 de enero; es decir, cuatro días después de que el generalísimo hubiese previsto su elección. (...) La designación de presidente del Instituto había sido un problema espinoso. El nombre de Falla, en quien recayó el nombramiento, fue sugerido por Marañón. En carta que escribió a Pérez de Ayala desde Biarritz, el 30 de diciembre, le hablaba de que había visto unos días antes en París a Eugenio d'Ors, y agregaba: 'Me pidió consejo sobre quién deberá ser presidente del Instituto. Tal vez esperaba que le dijera que él era el indicado. Pero le dije que Falla, y me contestó que le parecía muy bien y que lo propondría'. En aquella misma carta, comentaba: 'Me habló de presentar mi candidatura a presidente de la Academia de Medicina, a lo que me negué rotundamente'. El citado decreto designaría al doctor Enrique Suñer.» (Eugenio Vegas Latapie, Los caminos del desengaño. Memorias políticas 1936-1938, Tebas, Madrid 1987, páginas 281-282.)

Terminada la guerra civil Enrique Suñer recuperó la cátedra que le había sido arrebatada por la República en 1936, y pasó a dirigir el Instituto Cajal, la Asamblea Suprema de la Cruz Roja Española, el Consejo General de Médicos de España, y la Escuela Nacional de Puericultura, que logró reconstruir y devolver a su actividad, a pesar de las dificultades de la postguerra. Su última actividad académica fue la de ser principal impulsor del Congreso Nacional de Medicina de 1941, que se estaba celebrando en Madrid cuando se produjo su fallecimiento.

Tiene curiosidad advertir el furioso sectarismo y partidismo acrítico que destilan algunos historiadores e ideólogos relativamente jóvenes, funcionarios de la universidad española de la restauración borbónica, setenta años después, cuando descalifican sin más el libro Los intelectuales y la tragedia española, partidismo que les nubla la razón y les evita, por supuesto, tener que descender a la discusión de los contundentes hechos sectarios que en esa obra de 1937 se relatan:

«Particularmente repugnantes fueron algunos posicionamientos de antiguos miembros de la JAE o que se beneficiaron de la acción de la misma al haber disfrutado de pensiones o incluso salieron en su defensa ante los ataques recibidos desde su creación por los sectores más reaccionarios de la sociedad española, como Enrique Suñer, que publicó en 1937 un infumable panfleto titulado Los intelectuales y la tragedia española, en el que arremetía sin pudor contra la Institución Libre de Enseñanza, la Junta, Giner de los Ríos o José Castillejo.» (Luis Enrique Otero Carvajal, «La destrucción de la ciencia en España», en Historia y comunicación social, nº 6, Madrid 2001, págs. 149-186, nota 56.)

«Y qué decir de la vileza almacenada en libros como Los intelectuales y la tragedia española (Burgos, 1937), del médico "depurador" Enrique Suñer, y Una poderosa fuerza secreta. La Institución Libre de Enseñanza (San Sebastián, 1940), al que contribuyeron algunos individuos que luego brillarían en el nuevo régimen.» (José Manuel Sánchez Ron, El País, 14 octubre 2006.)

Sobre Enrique Suñer Ordoñez

  • Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo Americana, Espasa-Calpe, tomo 58, Madrid 1927, pág. 895; Apéndice, tomo IX, Bilbao 1933, pág. 1572; Suplemento 1940-1941, Madrid 1948, pág. 371.
  • Santiago Carro García, Discurso necrológico del Excelentísimo Señor D. Enrique Suñer Ordoñez, leido en la solemne sesión celebrada por el Instituto de España el 2 de Julio de 1941, Instituto de España, Madrid 1941, 23 págs.
  • María Consuelo Suñer, Estudio bio-bibliográfico del profesor Don Enrique Suñer, Tesis doctoral inédita, presentada en la Facultad de Medicina de la Universidad de Madrid en 1957, 247 hojas [UCM Tesis T2585 + UCM Med TA537]

Textos de Enrique Suñer Ordoñez en el Proyecto Filosofía en español

domingo, 18 de octubre de 2009

El Castillo






































Historia

Los sondeos arqueológicos realizados en el patio de armas, han descubierto que la ocupación más antigua de este lugar se remonta a la época prehistórica y, dentro de la misma, a la fase denominada Protocogotas (1500-1250 a.C) perteneciente al Bronce Medio.

Tras un período de abandono, este espacio no vuelve a habitarse hasta época tardorromana (siglos III-V d.C) encontrándose restos constructivos de una estructura, posiblemente relacionada con el control estratégico que desde este punto se ejerce sobre las salinas.

Después de un nuevo vacío, el lugar se reocupa en época altomedieval (siglos XIX-X), cuando se edifica el castillo, registrándose en uno de los sondeos la construcción de una “cabaña”, donde posteriormente se instala un horno.

En torno al siglo IX comienza el avance de los cristianos montañeses en su afán repoblador. La colonización de las nuevas tierras meridionales se verá protegida con la fortificación de sucesivas líneas defensivas. Primero serán el foso del Ebro, el río Pisuerga y la frontera oriental con la Rioja sarracena. Menos de cien años después se alcanzaron los ríos Arlanzón y Arlanza.

Es durante este siglo IX de los albores de Castilla cuando tiene lugar la construcción del castillo de Poza, destinándose a la defensa de la Bureba y del valle del Salero. La Bureba formaba parte de tierra de Merindades y de la cuna del Condado de Castilla que daría luego lugar al reino más importante de España. La importancia que la sal tenía en la Edad Media justificaba sobradamente el mantenimiento en Poza de un castillo y su guarnición, en ese momento en manos de la realeza, para proteger las salinas y la población establecida en torno a su explotación.

Junto a la fortaleza de Poza, se levantaron también castillos en Monasterio de Rodilla, Pancorbo, Rojas y Río Quintanilla, de los que se conservan ruinas, así como otros en Oña y Briviesca, hoy completamente desaparecidos.

La primera referencia al castillo de Poza se encuentra en un documento del año 965, aunque poco queda en la actualidad de aquella primitiva fortaleza.

Durante los siglos XI-XII formó parte de los reinos de Navarra y Aragón, fue cabeza de un alfoz englobando más de cien aldeas y, tras desligarse de la Corona de Castilla en 1298, paso a formar parte del Señorío de Rojas. En esa fecha Fernando IV concede el señorío de Poza a Don Juan Rodríguez de Rojas para compensarle de las pérdidas sufridas en servicio suyo, y Alfonso XI en el siglo XIV confirmaba la donación. De esta época procede la mayor parte del castillo que contemplamos en la actualidad, resultado de las obras llevadas a cabo en la fortaleza en 1468.

Del siglo XV es también la muralla que cerca la villa, incorporándose a este conjunto en el siglo XVI el palacio de los Rojas que se observa en la ladera, construido a raíz de que Carlos V creara el título de marqués de Poza a favor de Juan Rodríguez de Rojas.

Desde la construcción del primer castillo, la ocupación del lugar fue continua a lo largo de época bajomedieval y moderna (siglos XIII-XVIII). La fortaleza revitalizó su función militar durante la Guerra de la Independencia y durante las Guerras Carlistas (siglo XIX).

Descripción de la fortaleza

El castillo consta de dos partes, la inferior para defensa de la entrada y el cuerpo principal encastillado sobre la roca, de forma triangular con cubos circulares muy poderosos y muros de 2 m de espesor, de los que quedan dos lados. El cuerpo del castillo propiamente dicho presenta planta baja y la base de la planta principal, no conservándose las defensas superiores que lo coronaban.

Para acceder al castillo es obligatorio atravesar la torre-puerta albarrana, a ambos lados de la cual parten los muros que constituyen la barbacana o fortificación avanzada que defiende la entrada de la fortaleza. A la derecha se configura un saliente o coracha de planta triangular que protege el acceso a un torreón, el cual permite la mayor vigilancia y defensa, tanto de la puerta como de la vaguada que se sitúa detrás.

La puerta contaba con un arco hoy desaparecido, dando acceso a un recinto denominado patio de armas, el espacio más amplio de una fortaleza al que acceden las caballerías, permitiendo la concentración de las tropas y la instalación de edificaciones anejas como almacenes, caballerizas o viviendas de de servicio.

El cuerpo principal del castillo se asienta sobre un destacado crestón rocoso, que determina su fisonomía y contribuye a su fortificación. Como elementos de defensa, en la esquina sur destaca un borje o torreón cilíndrico macizo que actúa de contrafuerte o refuerzo del muro. En la mitad norte cuenta con dos escaraguaitas o garitas, pequeños torreoncillos o torres macizas apoyadas sobre ménsulas escalonadas o modilones, desconociendo, al estar desmochado, si en su coronación existían sólo almenas o había matacanes. Sobre la puerta tenía una ladronera o balcón de suelo hueco, por el que se vertía aceite hirviendo, del cual se conservan las ménsulas de apoyo. La defensa se completaría con almenas y estrechas ventanas o saeteras.

El acceso es angosto y se realiza a través de una puerta ojival de doble arco, penetrando a un espacio irregular tallado en la roca, que siguiendo la dirección del roquedo se estrecha antes de dar paso al corredor que constituye la planta inferior. Se trata de una galería abovedada, iluminada por una ventana abocinada en el extremo norte y defendida, al igual que la entrada, por una serie de buhederas, orificios abiertos en la bóveda para hostigar al enemigo desde la planta superior.

La planta superior del castillo es un espacio actualmente despejado, pero que antaño alojaba el piso principal del castillo, donde se ubicarían varias estancias que servían de vivienda y resguardo. Desde esta planta se articulaba la defensa del piso inferior, a través de las seis buhederas y de la apertura que controla directamente la entrada. Aquí se encuentra también el aljibe, cisterna para almacenar agua, indispensable para resistir ante el asedio a la fortaleza.

Por encima de este piso se sitúa el adarve, parte superior de las murallas donde se abren las almenas y se dispone el camino de ronda, que permite el tránsito de las tropas y el acceso al borje y a las garitas. La subida se realizaba posiblemente por la escalera situada frente a la de acceso, que conduce al sector más elevado del castillo (1.160 m), punto de vigilancia desde el que se domina una amplia extensión de territorio.

Rehabilitación y reciente puesta en valor

La Fundación del Patrimonio Histórico de Castilla y León llevó a cabo la restauración del castillo en el año 2007 con una inversión de 200.000 euros para su rehabilitación y puesta en valor.

El estudio arqueológico incluyó la documentación de los tramos de muro perdidos del flanco suroccidental y la comprobación en el patio de armas para determinar la ocupación histórica del edificio.

Los arqueólogos de la Fundación del Patrimonio Histórico de Castilla y León excavaron una superficie total de unos 100 metros cuadrados bajo el cerro del castillo, en la barbacana y en el espacio que rodea.

Por una parte, rescataron el desarrollo del muro bajomedieval que cierra la fortaleza por el sur, así como los pavimentos de cal correspondientes a su uso defensivo.

Por otra parte, los sondeos más cercanos a las rocas pusieron de manifiesto el complejo entorno histórico de la fortaleza burgalesa y la prolongada y diversa ocupación y explotación de este territorio, rico en uno de los bienes más preciados de la antigüedad, la sal.

Para la rehabilitación, se llevó a cabo la consolidación de las fábricas de piedra y el acondicionamiento de los accesos, instalándose un pasamanos, mejoras en los peldaños de las escaleras, recalzado de los cimientos, reposición de la mampostería de los cubos y las barbacanas y los rejuntados necesarios. Junto a todo ello la Fundación, que integran las Cajas de Ahorro y la Junta de Castilla y León, ha dispuesto en el lugar paneles explicativos, indicadores de las direcciones y accesos y llevado a cabo la edición de folletos.

Protección Legal: Declaración genérica del Decreto de 22 de abril de 1949. Ley 16/1985 sobre el Patrimonio Histórico Español. Es castillo es propiedad del Ayuntamiento de Poza de la Sal.

Textos:

-Carteles informativos in situ de la Fundación del Patrimonio Histórico de Castilla y León.

-Servicio de noticias de Europa Press (6 noviembre 2006)

-Rivero, Enrique del: Rutas y paseos por los castillos de Burgos. Sua Edizioak Bilbao, 1993.

-Bernard, Javier: Castillos de Burgos. Ediciones Lancia. León, 1992.

lunes, 28 de septiembre de 2009

Narración del combate de Poza en la Guerra de la Independencia (Feb. 1813)

Foto: Francisco de Longa en sus años de madurez, retratado por Vicente López


Tras el establecimiento de la división napoleónica mandada por el general Palombini en Poza, los 2.200 soldados italianos que la componían se encontraban muy ocupados recorriendo en distintas columnas los pueblos de la comarca para recaudar provisiones y abastecer las guarniciones de Miranda, Pancorbo y Briviesca. El jefe guerrillero Francisco de Longa, que hostigaba a los franceses en toda la comarca, permanecía vigilante y dispuesto a aprovechar la menor ocasión para intentar combatir a los destacamentos italianos dispersos en el sector comprendido entre estas poblaciones.
Longa recibía continuamente información de los movimientos de las distintas columnas francesas, como se ve en la fechada el 7 de febrero en Trespaderne, donde tenía su base el batallón de Guardias Nacionales de la División de Iberia que formaba su guerrilla, en la que se le da cuenta de que los franceses permanecen acuartelados en Poza de la Sal.
Cuatro días más tarde se presentó la ocasión que Longa estaba esperando. Varias columnas de italianos se habían dispersado por los pueblos de la comarca en busca de grano y vituallas, y el general italiano se encontraba en Poza con solo una pequeña parte de los efectivos de su división. En efecto, el 9 de febrero, el brigadier Verbigier de Saint Paul había recibido órdenes de marchar a Rojas, al frente del 4º de Línea y un escuadrón de dragones de Napoleón. Al día siguiente era el coronel Salvatori el que salía de Poza con destino a Hermosilla y Barrios al mando del 2º Ligero, dos compañías del 6º de Línea y la artillería a caballo de la división. En Poza permanecían con el general en jefe de la división solamente el resto del 6º de Línea, los zapadores, algunos artilleros y el estado mayor, es decir, unos 500 hombres.
Longa, siempre al acecho, vio la oportunidad y avisó a su jefe el general Mendizábal, que mandaba el 7º Ejército español, estableciendo juntos un plan consistente en llegar hasta Poza de manera sigilosa, y rodearla cerrando todas sus avenidas y puertas de la ciudad, cayendo después sobre Palombini y sus hombres.
Para llevar a cabo la operación, el jefe guerrillero reunió a los batallones de Iberia y los 1º y 3º de Vizcaya –sumando un total de 4.000 hombres- y partiendo de Trespaderne confluyeron sobre Poza en la noche del 10 al 11, llegando parte por las montañas que dominan el pueblo, a espaldas del castillo, y parte por el lado opuesto, por el camino de Oña.


El ataque se inició justo antes del amanecer, con la presencia del propio Mendizábal, lo que alentaba la moral de los guerrilleros. Los italianos, que no estaban vigilantes y no contaban para nada con este ataque, se dejaron sorprender y no dieron la alarma hasta que los españoles combatían ya con las guardias. El general Palombini fue sorprendido en la cama y cubierto con un capote fue ayudado a escapar de la casa por una puerta falsa y esconderse en un corral, para desde allí reunirse después con sus hombres al amparo de la oscuridad Los soldados del 1º de Vizcaya que irrumpieron en la casa donde descansaba el general italiano encontraron la cama caliente y cuatro jícaras de chocolate sobre la mesa, que allí mismo se tomaron. Había también dos relojes, aderezos de mujer y barritas de plata de las que se adueñaron los guerrilleros, así como las botas del propio general italiano, que fueron encontradas por el capitán de aquellos cazadores de Vizcaya, Juan Manuel Moro de Elejaveitia, y entregadas a su jefe Mugártegui. Dos oficiales que estaban alojados en la misma casa fueron hechos prisioneros.
Algunos soldados imperiales, que descansaban tranquilamente en las casas donde se albergaban, lograron de prisa y corriendo reunirse en el castillo –según el relato de Vacani la reunión habría tenido lugar “en un campo en el camino de Rojas”, como luego veremos- gracias a la rapidez de reacción y a las órdenes de su general, que esperó allí al regreso de las columnas destacadas por las inmediaciones, a las que cursó aviso urgente. En esta posición, aunque rodeado de enemigos y hostilizados por los cuatro costados, pudieron resistir hasta que el coronel Salvatori apareció al alba en el lugar del combate, alertado por el ruido del tiroteo y las explosiones . Un batallón de Iberia que intentó cerrarles el paso a la villa fue rechazado.
Poco después entró también en el pueblo la columna que estaba en Los Barrios. El combate se prolongó durante varias horas, hasta que Longa dio a sus hombres la orden de retirarse ante el cansancio que empezaban a mostrar después de una larga jornada sin descanso, así como por el aviso de la cercanía de una columna de 2000 infantes y 300 caballos que marchaba entre Burgos y Vitoria . Los italianos volvieron entonces a ocupar el pueblo recuperando a algunos de los suyos, que permanecían escondidos en las casas, así como parte del material, incluida una pieza de artillería que habían abandonado sin defenderla en el momento del ataque.
Las pérdidas del combate de Poza, siempre difíciles de estimar cuando provienen de partes interesadas, fueron de cerca de 50 soldados y 6 oficiales, según los italianos, y de 311 prisioneros -entre ellos 9 oficiales-, 8 oficiales y 100 soldados muertos y otros 8 oficiales y 170 soldados heridos, fuera de combate o prisioneros, según la versión de Longa, que probablemente resulta exagerada (aunque no lo sería mucho, teniendo en cuenta que el general Mendizábal, al que se dirige el parte, fue testigo presencial de los hechos). Junto a estas bajas, los españoles arramblaron con muchos caballos y con los bagajes de los oficiales, incluidas las pertenencias de propio Palombini, al que, según la castiza expresión de D. Feliciano en su libro de Poza y los pozanos en la historia de España, los guerrilleros españoles “dejaron en calzones” .
Entre las capturas figuraba un cañón de grueso calibre que al no poder ser transportado por los guerrilleros en su retirada fue arrojado por un despeñadero.
Es curioso, sin embargo, que en el libro de defunciones de la parroquia de Poza no se encuentra ninguna inscripción relacionada con la sangrienta batalla, lo que hace suponer que los cadáveres fueran simplemente arrojados a fosas comunes.


El testimonio en primera persona del capitán Vacani

El capitán Camillo Vacani fue protagonista directo de los hechos pues estaba entre los oficiales italianos que permanecían en Poza cuando se produjo el ataque español. Su relato tiene por ello el valor de un testigo de primera fila, por lo que merece la pena recoger sus palabras sin más alteración que su traducción:

“Después, el 1 de febrero, [Palombini] retrocedió a la Bureba, ocupó Barrios y se fue a establecer el 3 en Poza, que, como se ve desde la llanura, es un pueblo en la falda de la elevación que en algunos puntos se une con la Sierra de Burgos y Reinosa. En esta posición importante él se mantuvo varios días esperando que llegase la oportunidad de combatir a cara descubierta con los cuerpos de Mendizábal y Longa que se acuartelaban en las proximidades; pero éstos, con su fingido alejamiento, supieron inspirarle confianza, obligar a los habitantes a negarle toda suerte de vituallas, hacerle sentir la necesidad de procurárselas en otro lugar con la fuerza y pillarle en esa emboscada en la que él quería sorprenderlos: ¡tan escabroso era el manejo de la guerra en un país adverso y con un terreno y unas fuerzas y unos medios desconocidos para toda tropa extranjera! Es la Bureba un sitio abierto, ligeramente ondulado y salpicado de pequeñas aldeas emplazadas en el borde de humildes torrentes que tributan sus aguas al Ebro superior. La industria de los habitantes hace que ellos vivan de los productos de su tierra, y la rica mina de sal que se encuentra en las colinas de Poza les permite obtener fácilmente de las provincias colindantes lo que a ellos les falta en las comodidades de la vida; de modo que, sea como fuere, esta parte de la vieja Castilla con bastantes carencias, atribulada por la molesta presencia de dos grandes ejércitos enemigos, pudo en breve reparar esos daños que rara vez en otro lugar pueden borrarse espontáneamente si no se tienen productos inagotables en la tierra y en la industria personal. Allí encontraron los italianos ajena riqueza y una franca reticencia de los habitantes a secundarles. Muy pronto sus víveres se agotaron, y ni a precio de oro se podían conseguir cereales en los alrededores. En vano fueron puestos a la venta en beneficio de la tropa varios depósitos de sal hallados en Poza en los almacenes públicos y privados; nadie habría osado pisotear los derechos ajenos para sacar de apuros al enemigo que todos querían extinto o alejado. Entre una población semejante, toda la división italiana se mantuvo en guardia durante varios días en torno a Poza hasta que, al apremiar la necesidad de víveres y al no verse rastro de tropa regular enemiga alguna por parte de los cuerpos enviados a explorar las carreteras de Frías, Puente Arenas, Pesades y Quintanaloma, Palombini, el día 9, ordenó salir hacia Rojas al 4º regimiento y a un escuadrón de dragones al mando del general S. Paul y, confiando plenamente en el valor de los supervivientes y en el alejamiento de los enemigos, al día siguiente mandó salir también al 2º regimiento con la artillería a caballo bajo las órdenes del coronel Salvatori hacia Hermosilla, cerca de Barrios, con el objetivo de hacer gran acopio de provisiones en un solo día para reunirse después y estar a la altura de prolongar nuevamente su permanencia en Poza o seguir él mismo la pista de los enemigos al otro lado de las colinas de Santibáñez y Cerezo. Pero tal expedición, que separaba las fuerzas y despojaba el centro de defensa, no resultó desconocida para las tropas enemigas, que nada más comenzar se reunían entre La Rad y Urbel bajo el mando de Longa y de Mendizábal con el propósito de descender desde lo alto hasta Poza y, con la complicidad de la noche, sorprender allí y hacer prisioneros con el estado mayor a esos pocos que quedaban para ocuparla.
Todo favorecía el plan trazado, ya que los campos estaban despejados, como despejadas estaban las carreteras del pueblo, al no haberse querido que se erigiesen obras de defensa para no hacer creer que las tropas se habían instalado allí de forma estable; sólo el pequeño castillo, con capacidad para no más de 50 defensores, erigido antiguamente sobre un grupo de granito que lo hacía inaccesible por todos los lados, dominaba hacia los montes la sometida ciudad, y, pese a estar también él dominado, se quería ejercer desde allí protección sobre las carreteras que desembocan desde los montes superiores.
En Poza no quedaban más de 500 italianos, zapadores, artilleros y soldados de infantería del 6º regimiento; algunos débiles pelotones situados delante de los accesos principales debían avisar de cualquier suceso a la otra tropa que se hallaba más abajo, en la falda de la loma en los campos o entre las casas. Todo estaba tranquilo en los alrededores la noche del 10, y S. Paul había instalado ya el campamento en Rojas, Salvatori en Barrios, aquél a 7 y éste a 5 millas de distancia, cuando Mendizábal llegó a las lomas de Poza con 4.000 hombres, los dividió en tres columnas, y mientras una a las órdenes de Longa bajaba a paso ligero a la llanura por el camino de Frías con ánimo deliberado de sorprender al enemigo en las casas, otra abría un vivo fuego de fusilería contra las avanzadillas de las colinas y les forzaba a precipitar la retirada a los campamentos principales. Entonces Palombini, que habitualmente velaba por todos, fue rápido en ordenar batirse en retirada, salir del acuartelamiento y, puesto que era dudoso con esa oscuridad el verdadero sitio del ataque, reunir a la tropa en un cuadrado entre las carreteras de Rojas y de Barrios en un campamento que, aunque dominado, era el más cercano a las columnas salidas a avituallar. Esta pronta resolución y ejecución salvó a la tropa y gran parte de los bagajes del desastre preparado, al igual que el rápido regreso de Salvatori hizo posteriormente recuperar el pueblo y los dos carros de artillería que habían quedado volcados entre los obstáculos de las carreteras.
El enemigo se encontró con varios soldados que huían con los bagajes hacia el monte a la aventura, obtuvo como botín un buen acopio de caballos y unos cuantos condotieros inermes, penetró en el pueblo en el mismo instante en el que era abandonado precipitadamente, y allí se concentró en el intento de proseguir su camino sobre el cuerpo principal y rodearlo o dirigirlo en una desastrosa huída hacia Pancorbo aislándolo de uno o del otro de los cuerpos destacados. Pero Palombini permaneció inmóvil en medio de la llanura esperando a que amaneciera para descubrir la actitud y las fuerzas del enemigo, y entre tanto, por un lado, acelerando el regreso de las tropas salidas fuera y, por el otro, echando una mano por medio de los zapadores y granaderos comandados por los capitanes Ronzelli y del Pinto a los oficiales y soldados que quedaban en el pueblo para esquivar los ataques de los enemigos y reunirse con él.
Finalmente, cuando se hizo de día y se pudo ver a los españoles, decepcionados en las esperanzas albergadas, abstenerse de los ataques sucesivos para reunir a sus columnas antes de llegar a un choque decisivo, Palombini, seguro de la inminente llegada de Salvatori, decidió asumir él mismo las ofensivas y, oponiendo audacia a intrepidez, dirigirse a los montes ya ocupados por el enemigo, sobrepasarlo, por un lado, y obligarle, por el otro, a abandonar con prontitud, para sustraerse del último peligro, las casas, la pieza de artillería y los bagajes ahora adquiridos. Para ello tuvo fe en el valor de los suyos y en el ardiente deseo de todos de recuperar las posiciones perdidas con un golpe de fuerza tal que dejase desconcertado al enemigo, que, ya fuera favorable o contrario a la causa nacional, habría intentado rodear y derrotar por sorpresa a este cuerpo italiano. Dijo escuetamente «que allí convenía no permanecer más tiempo titubeando; se debía dar un buen envite sin miramientos y sin contar al enemigo, y alcanzar a sus filas, mezclarse entre ellas y matar a los más audaces, poniendo a los demás en desorden o en fuga.» Dicho esto, guió él mismo al ataque al batallón Mateucci, seguido por Derché, Baccarini, Ronzelli y Boccalari con otras fuerzas menores que casi al mismo tiempo fueron alcanzadas por toda la formidable columna del coronel Salvatori. La marcha fue veloz hasta el pie de la loma. El enemigo, formado en varias líneas a diferentes alturas en la ladera de la colina y en las casas de las afueras del pueblo, abrió un fuego muy intenso contra la tropa que le atacaba, ocasionándole graves bajas sobre todo entre los oficiales que marcaban la ruta a los demás, entre los que se contaban Albrini, Mateucci, Abati, del Pinto y Bernardini, pero nada pudo hacer contra la firmeza de los supervivientes; ellos treparon a las peñas, y cuanto más rápido era el enemigo en trasladarse de un orden de filas a otro más elevado, igual y más veloces se tornaban en la carrera para alcanzarlo, perseguirlo y, secundados por la pequeña guarnición de la roca, expulsarlo de una vez del pueblo y de las lomas.
El propio Caffarelli dijo que este ataque, que debía haber resultado fatídico para las tropas italianas, tuvo en esa ocasión un resultado funesto para el enemigo, que se percató de que no conviene intentar sorprender a una tropa bien guiada y aguerrida, corriendo el agresor el riesgo de ser, tras un primer momento de desconcierto, él mismo atacado y ferozmente vapuleado en el combate.
Así fue efectivamente la lucha entre los dos cuerpos combatientes en torno a Poza. Los italianos recuperaron en un corto espacio de tiempo el pueblo, la pieza de artillería, una parte de los bagajes, a varios soldados y 3 oficiales encerrados en las casas, y provocaron en la dura persecución por los montes nuevas bajas de hombres y numerosos heridos en la columna poco antes vencedora; al tiempo que se consumaba el hecho de armas, S. Paul con el 4º regimiento y con los dragones se había reunido con Palombini y reforzado la intención de recuperar los puntos más alejados y afianzarse en las colinas más elevadas, donde yo mismo encontré esparcidos por el suelo y sucios de fango varios documentos, a mí sustraídos, que sirvieron para esta obra. Los españoles se reunieron de nuevo en las colinas de Santander satisfechos de haber, como mínimo, confundido al enemigo en su plan de confinarse en la Bureba y atraído allí su atención mientras otros cuerpos atacaban varios puntos en La Rioja, asediaban Santo Domingo de la Calzada y establecían para esa parte una nueva comunicación con Mina, que amenazaba la tranquilidad del ejército en Álava. Pero el general italiano, tras haber restablecido los campamentos, impuesto un tributo para resarcir los daños causados a su tropa , hecho provisión de víveres y dado a entender que quería mantener durante más tiempo la posición en Poza, reunió a sus hombres antes del amanecer del día 13, y por el camino más corto de Briviesca, Cerezo y Cuzcarrita se dirigió con toda la división a Santo Domingo, sin ser acosado y sin que los enemigos osaran perseguirlo”.


La acción de Poza vista por los españoles

Entre los documentos que se encuentran en el Archivo de la Diputación Foral de Vizcaya se encuentran dos partes de la acción de Poza redactados por Longa y dirigidos a su superior, el general Gabriel de Mendizábal. El primero de estos dos partes no está fechado ni firmado, por lo que puede tratarse de un primer borrador que sirviera de base para el que finalmente se envió. Su texto contiene un relato pormenorizado de la acción, que nos permite conocer su desarrollo desde el punto de vista de las fuerzas españolas que llevaron a cabo el ataque:
“Excmo. Sr.
Conmovido todo el ejército francés llamado del Norte a resultas de nuestras frecuentes victorias, marchas y contramarchas sobre el camino Real de Bayona a Burgos, sabe bien V.E, pues que se ha servido ser testigo ocular de todo, que amenazado ya terriblemente Briviesca por mi División y por los batallones 1º y 3º de Vizcaya, llegaron a reunirse en su socorro más de 9.000 infantes y mil caballos con los generales Caffarelli y Palombini. Un pequeño movimiento nuestro sobre Busto les dejó burlados y nuestra retirada a refrescar las tropas en Tobalina nuevamente confusos. Al retroceder Caffarelli a Vitoria reforzó las guarniciones, y Palombini con 3000 infantes y 300 caballos se estableció en Poza para observarnos y proteger su curso en la carretera Real. Empezaba a fortificarse aquí y como vil prosélito del córcego imponer exorbitantes contribuciones cuya exacción confió a mil infantes y cien caballos destacados en Rojas, a legua y media de distancia de Poza.
Creí un deber y una ocasión de atacar por sorpresa en este pueblo. Conferencié con V.E y se dignó para ello darme las más especiales y críticas observaciones que realicé con una marcha rápida y nocturna, dirigiendo desde Trespaderne a los Batallones de Iberia y 1º y 3º de Vizcaya por rodeos y caminos ásperos y disimulados. Al amanecer del día 11 entraban por las puertas y avenidas de Poza cubiertas cual queríamos y dispuestas las tropas conforme al plan. Hecha la señal y reanimadas estas con la personal asistencia de V.E, empezó por todos lados el fuego más terrible y sorprendedor. Atónito, sobrecogido y aterrorizado, el enemigo corría por todos lados llevando consigo el espanto y la muerte. La algazara de nuestros victoriosos soldados arredraba más y más a aquél, que abandonando las armas y llenando la plaza y calles de riquezas, efecto de su rapiña, maletas, caballos, mulas de Brigada y de un cañón que despeñaron, trataba sólo de salvarse huyendo del pueblo, [lo] que realizaron muchos no habiendo aún rayado bien el alba.
Embarazaba ya tan gran botín y, depositando en una casa 311 prisioneros con 9 oficiales, ocupado el pueblo, perseguimos la [palabra ininteligible] que se acogía al castillo que ocupaban y a cuyo favor y el de sus inaccesibles peñascos se reunieron. Trabose aquí el más obstinado ataque. El denuedo de nuestra tropa era en supremo grado y el decaimiento del enemigo estaba al extremo cuando vio venir en su socorro de una parte al destacamento de Rojas, y de otra 2000 infantes y 300 caballos procedentes de Burgos y Vitoria. No desmayó aquella, antes bien hecho el ataque general, nuevo ánimo y valor se las infundió y sostuvieron aquél con indecible bizarría por muchas horas. Era deliciosa su marcialidad, pero debía descansar y tomar sustento. Ordené con anuencia de V.E la retirada, ejecutada tan espaciosa y militarmente que no dudo impuso más y más al enemigo. V.E ha visto sus pérdidas, que agrega a ellas la de 8 oficiales muertos, mortalmente herido el 2º comandante y otros 8 oficiales heridos y prisioneros, más de cien soldados muertos en el campo y ciento setenta y tantos heridos. La nuestra ha sido de ninguna consideración a favor de las circunstancias. También ha visto V.E el valor y disciplina de los imponderables jefes, oficiales y tropa; por esto, y porque ya V.E mejor que yo agradecerá el mérito para que reciban de la nación la debida recompensa, omitiré hacer recomendación alguna, pero no podré menos que especificar el dolor que me causa la salvación del general Palombini, oculto durante toda la acción en el tejado de la casa inmediata a la de su alojamiento en donde se hicieron dos oficiales prisioneros y se cogieron los caballos, papeles y otras pertenencias de aquél”.

El segundo de los partes está firmado y fechado en Trespaderne el 1 de Febrero, si bien indudablemente se trata de un error o de una fecha alterada por la desaparición de la tinta con el paso del tiempo, pues debió de escribirse y enviarse a su destinatario el día 12 de febrero, es decir, al día siguiente del combate de Poza. Su texto nos proporciona detalles adicionales sobre la acción, al ser el texto algo diferente, especialmente en su primera parte, en la que Longa explica los antecedentes inmediatos de la acción de Poza:
“Exmo. Señor
Llevando adelante y felizmente los planes combinados con V.E, ocupado el fuerte de la Cuba de Pancorbo, marché lleno de confianza a rendir la guarnición de Briviesca con los Batallones 1º, 2º y 3º de Iberia, Nacionales de la misma y 1º y 3º de Vizcaya con mi Caballería y la del coronel Salazar, pernoctando el 26 de enero en Cubo, Santa María y pueblos comarcanos en el camino Real de Pancorbo a Briviesca. Se iban a levantar al amanecer del siguiente las baterías para mi artillería gruesa cuando, para fortuna de dicha Guarnición, me llegaron oportunamente partes por espías y confidentes de que una columna de 5.000 infantes enemigos recién llegada de Burgos con 1000 caballos, salía ya para Briviesca. Redoblé mi vigilancia, prosiguieron concretos los partes y, peligrando la artillería en aquellas llanuras, la salvé al momento con la correspondiente escolta. Ufano el general Palombini con la columna de Burgos, y orgulloso Caffarelli con otra de 3000 infantes y 400 caballos que en combinación venía desde Vitoria a marchas forzadas al mismo punto, contaban nada menos que con mi derrota y la presa de mi artillería, primer objeto suyo y que tanto les aterroriza, movida a discreción en las llanuras o en las montañas. Dejaré ver cuál era la intención de su plan, reunidos al mismo tiempo y en un sitio mismo en aquel día, y dejaré así ver su sensible desesperación viéndose burlados con un pequeño movimiento que hice con los batallones sobre Busto y pueblos inmediatos a media legua del camino Real dominado por las pequeñas eminencias de éstos a que no osaron acercarse a nuestra vista. Ya yo había asegurado la artillería, y al frente de más de 7000 infantes y 1000 caballos no podía sacar ventaja alguna y, seguro de que saco muchas poniéndoles en agitación y movimiento con mis marchas y contra-marchas, me retiré a Tobalina mofándome de las exquisitas diligencias que han practicado para encontrar mis pocas piezas de cañón que probaron oír con el mayor espanto. Sabedores de mi posición y recelosos sin duda por ella de su poco segura correspondencia en el camino de Bayona, al retirarse Caffarelli a Vitoria reforzaron las guarniciones y se estableció Palombini en Poza con 3000 infantes y 200 caballos. No podían menos que probar allí que son prosélitos del córcego ni ocultar su infame raza: trataban de fortificarse, querían exigir exorbitantes contribuciones y daban principio a ellas con viles correrías, y destacando al efecto mil de ellos y cien caballos en el lugar de Rojas, a legua y media de Poza. Creí un deber y una ocasión de atacar en este pueblo por sorpresa; conferencié con V.E y se dignó para ello darme especiales instrucciones; para realizarlas y ocupar las avenidas y puertas de Poza dirigí a mi División y Batallones de Vizcaya en la noche del 10 por riscos y ásperos caminos y en marcha rápida desde el pueblo de Trespaderne, y al amanecer del 11, colocadas allí las tropas cual queríamos y reanimadas por la personal asistencia de V.E, emprendieron un fuego general y el más sorprendedor. Atónito y sobrecogido, el enemigo corría por todos lados, llevaba consigo el espanto y el terror y tratando solo de salir al campo, pudieron conseguirlo muchos no habiendo aún rayado el alba, dejando la plaza y calles llenas de riquezas efecto de su rapiña: maletas, caballos, ruedas de brigada y las de un cañón que despeñaron. Depositamos en una casa 300 prisioneros y 9 oficiales y se trabó el más obstinado ataque con la columna que se reunió fuera del pueblo a favor del castillo que ocupaban y sus peñascos adyacentes e inaccesibles. La algaraza de nuestros victoriosos soldados tenía ya en el mayor decaimiento de ánimo al enemigo, que se verificó cuando vio venir a su socorro los 1000 infantes y 100 caballos de Rojas, y otros 2000 infantes y 300 caballos que salieron en el día anterior de Burgos para Vitoria.
Conocen mis soldados su mayor mérito en lidiar con superiores fuerzas, así es que no desmayaron con tan crecido refuerzo, antes bien hecho ya el ataque general nuevo ánimo y mayor valor se les infundió y sostuvieron aquel por muchas horas. Era delicioso el denuedo y marcialidad de mis soldados, pero debían descansar ya y tomar sustento, para lo que ordené con anuencia de V.E la retirada, que ejecutaron todos tan espaciosa y militarmente que estoy seguro impusieron con ella más y más al enemigo, cuya considerable pérdida aún no sé por menor. La nuestra ha sido de ninguna consideración por haber sorprendido y hecho fuego en unos puntos que excuso referir a V. E, que se ha servido ser testigo ocular de todo, y que, por lo mismo, omitiré hacer el debido elogio y recomendación del valor y disciplina de los bizarros jefes, oficiales y tropa, pues que V.E sabe mejor que yo graduar el mérito, para que reciban de la Nación la debida recompensa; pero no podré callar el dolor que me causa la salvación del general Palombini por la puerta falsa de la casa en que hicimos dos oficiales prisioneros, los caballos, papeles y cuanto pertenecía a aquél”
El general Mendizábal acusó recibo del parte enviado por Longa con la siguiente carta de su puño y letra, que se conserva igualmente en entre los documentos pertenecientes a Longa del archivo vizcaíno:
“Estimado amigo: He recibido la apreciable de Vd., quedando enterado de lo que me dice. Fue una lástima que no agarrásemos al general Palombini, pero a lo menos el susto se llevó, salió escarmentado y lo será siempre que mida las armas con los Íberos. Yo sigo mi marcha para donde Vd. sabe y en todos parajes es siempre de Vd. Su Affmo. S.S.
Moneo y febrero 13 de 1813
Gabriel de Mendizábal.
Salgo para Orduña”.


Los imperiales abandonan Poza

A las 8 de la tarde del día 12 Palombini partió de Poza y llegó a Briviesca por Salas de Bureba, siguiendo después camino por Cerezo de Río Tirón, Santo Domingo de la Calzada –donde había una guarnición francesa en riesgo de sucumbir por falta de víveres, que Palombini incorporó a sus fuerzas después de volar el castillo-, Nájera y Haro hasta Vitoria, a la que llegó el día 19 de febrero. Sin tiempo para dar descanso a sus hombres, recibió órdenes de dirigirse a Vizcaya para reemplazar al 3º de voltigeur, llamado a Francia, y tomar parte en las operaciones que se preparaban contra Castro.
La narración de Vacani resume con la lacónica solemnidad de un relato clásico el epígono del combate de Poza: “Entonces Palombini, recordando el precepto de no hacer lo que el enemigo anhela que tú hagas, renunció a la decisión de perseguirles más allá, cambió de rumbo hacia el Ebro, acampó el 18 en los alrededores de Haro, cruzó el río en Briñas y, por la ruta de Salinillas, se dirigió sin más dilación el 19 a Vitoria, para el día después relevar a la joven guardia imperial en la costa del Océano”.

(Extraido del libro de Javier Urcelay "El combate de Poza", Editorial DosSoles. Burgos, 2008)

domingo, 27 de septiembre de 2009

Datos sobre Poza de la Sal y las Guerras Carlistas




Luchas contra el Trienio
-Don Feliciano, pag 192: el 15 de abril de 1823 el ayuntamiento constitucional de Poza fue destituido manu militari en nombre del Comandante General de las Merindades de Rioja y Castilla de los ejércitos de la Santa Alianza; una cuantiosa remesa de provisiones para las tropas de la Alianza que, a riadas, fluyen diariamente por Briviesca hacia la capital y puntos señalados; la sangría de unos dineros que, al pasar factura Francia con ocho millones de francos, e Inglaterra con 900.000 libras, se traduce en los 13.000 reales anuales cargados a Poza. Con la urgencia propia de la guerra se exige a Poza: 3 mil libras de carne, 150 fanegas de cebada, 60 fanegas de trigo, 86 cargas de leña de a 6 arrobas. La cuenta definitiva con la parte cargada a Poza llegará en 1829.

Poza en la Primera Guerra Carlista
El alzamiento en armas de los batallones de Voluntarios Realistas de Castilla la Vieja, y muy particularmente de las provincias de Burgos y Soria, es el acontecimiento cumbre del comienzo de la Primera Guerra carlista. En 1832 había en la provincia de Burgos 40 batallones de infantería, 2 escuadrones y ½ compañía de caballería y 1 compañía de artillería. En Poza los Voluntarios Realistas del pueblo formaban el 12º Batallón, cuyo Comandante 1º era José Temiño y Comandante 2º Gabriel Merino, mientras que los de Briviesca constituían el 15º Batallón, cuyo Comandante 1º era Pedro Cadiñanos.
El 10 de octubre de 1833 la junta carlista de Burgos consideró llegada la hora de actuar y nombró para el mando de los carlistas castellanos a Ignacio Alonso-Cuevillas[1], que recibió para ello su ascenso a brigadier.
El 14 de octubre entraba el teniente con grado de capitán Víctor Garviras[2] en Medina de Pomar. Poco después entraba en la misma villa el brigadier Juan Miguel de Echevarría –canónigo de la catedral de Burgos y miembro de la Junta carlista[3]- al frente de su columna de voluntarios riojanos. A él se habían unido oficiales como Gregorio y Rafael Díaz-Sarabia y Palacio. Echevarría, segundo de Cuevillas y jefe de su 2ª división, proclamó a Carlos V y asumió el mando de las tropas, poniéndose a sus órdenes el Comandante 2º del Batallón de Medina, Norberto Fernández Arciniega. Después cursó oficios a todos los batallones de los pueblos de la zona, incluido el de Poza de la Sal, ordenándoles su reunión y pronunciamiento y encargando a Gaviras, que quedaba a sus órdenes, que se dirigiera hacia el noroeste.
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-Don Feliciano, pag 177: “el 19 de octubre de 1833 el Brigadier, 2º Jefe de la División del Ejército de Rioja, que por mandato de su monarca Carlos V, pide los dos tercios de los ingresos del santuario (de Pedrajas) para poder atender a los voluntarios y sus familias. Otro tanto hicieron en otras ocasiones los liberales reclamando dinero para las Milicias Urbanas de Poza, lo que suponía exigir la venta de objetos valiosos con que estar a los apremios.
-Don Feliciano, pag 193: “A esta seguirán otras incursiones de distintas unidades del mismo bando carlista, para allegar recursos, reclutar soldados o, simplemente, alardear de fuerza, sin que jamás se les enfrentara con las armas la rimbombante Milicia Nacional.
Además de ciertos altos mandos de la escala militar, suenan algunos otros, al parecer jefes de guerrillas, así Carrión, que con un escuadrón de 200 caballos y 100 infantes merodea por tierras de Los Altos, Sedano y Villarcayo; Almanza y Gómez, a quienes es difícil decir si se persigue o da alientos en esta región”.
Don Feliciano, pag 192: La causa isabelina tuvo en Poza muchos servidores, como quizás lo demuestre la formación del Batallón o Milicia Nacional, compuesto de 100 milicianos voluntario-forzosos, para guarecer la villa contra las huestes carlistas; no fueron pocos, sin embargo, los que se mostraron abiertamente simpatizantes y defensores del carlismo.

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El 18 de octubre, Echevarría -aprovechando la presencia de Ibarrola en Villarcayo, de Cuevillas en Belorado y de Barrenechea en Briviesca- adelantó su cuartel general hasta Poza, con la intención de contribuir al bloqueo de la capital burgalesa. Desde el cuartel general de Poza a 20 de octubre de 1833, Echevarría dirigía una proclama a los Voluntarios Realistas de la zona, invitándoles a sumarse al levantamiento a favor de la Religión y del legítimo rey Carlos V[4].
El 23 de octubre la Real Junta Superior Gubernativa o gobierno carlista, se trasladaba a Oña, al monasterio de San Salvador, para establecerse al amparo de las fuerzas dirigidas por Echevarría y las de la sublevación vizcaína.
El 24 de octubre la entrada en Burgos del ejército de Sarsfield decidió a Cuevillas a abandonar Briviesca, ordenando el repliegue del grueso de sus tropas, cuatro mil seiscientos hombres, hasta Pancorbo, mientras él se dirigió al frente de una columna de dos mil hombres a reforzar las posiciones carlistas en Poza de la Sal, punto que convenía a la vanguardia de su tropa y cuyo aseguramiento interesaba, además, por la riqueza que suponía el control de sus salinas. La llegada de Cuevillas a Poza permitió que Echevarría regresara a Medina de Pomar, centro de sus operaciones, dejando a las órdenes directas de Cuevillas las tropas de Haro y Santo Domingo, que le habían acompañado desde el día 12.
Desde Poza el día 25 de octubre Cuevillas mandó circular una orden, dirigida a los comandantes de los batallones realistas de la provincia de Palencia, nordeste de la de Burgos y sur de la de Cantabria, para que pasaran a Cervera de Pisuerga para ponerse a las órdenes del coronel Santiago Villalobos, comandante de la segunda brigada o división del Ejército Real de la Rioja[5].
La publicación desde Logroño de un indulto por parte de las autoridades liberales a los carlistas que se presentaran, produjo efecto entre las tropas riojanas acantonadas en Poza de la Sal y Pancorbo, que empezaron a sufrir deserciones en gran cantidad, asegurándose en los partes liberales que hasta mil hombres regresaron a sus hogares. Durante la noche del día 29 de octubre Cuevillas ordenó la salida de sus tropas de Poza y Pancorbo hacia Miranda de Ebro, sin que se sepa si las deserciones lo fueron aprovechando esta marcha, o si la misma se ordenó como consecuencia de ellas o tratando de evitarlas.
En su retirada de Poza a Miranda, Cuevillas pasó por Oña, donde se encontraba la Junta castellana, a la que pidió que se retirase a una zona más cercana a Avila, marchando entonces ésta a Frias.
A pesar de los intentos de su jefe por refrenarlas, las deserciones siguieron mermando los efectivos de la denominada 1ª División del Ejército Real de la Rioja que bajo las órdenes de Cuevillas se habían concentrado en Miranda. En el parte de Sarsfield dirigido el 1 de noviembre desde Burgos al Despacho de la Guerra se decía que “a estas horas no existe el cuerpo rebelde que capitaneaba Cuevillas y ocupaba a Poza y la Bureba. Más de 2000 hombres de los que contaba aquel cabecilla le han abandonado en la noche de antes de ayer (30 de Octubre), tirando sus armas y fornituras, y dirigiéndose a sus respectivos pueblos”.
El sábado 2 de noviembre, el comandante de la segunda brigada, Santiago Villalobos[6], que se encontraba en Sedano esperando que se reuniesen los batallones realistas de la zona oriental de Palencia y occidental de Burgos, salió camino de Poza, aunque los informes liberales decían que lo había hecho hacia la merindad de Valdivielso. También la Junta carlista abandonó Busto de Bureba con dirección a Salinas de Añana (Álava), con intensión de establecer un plan combinado con los realistas de Vizcaya y Álava.
El 3 de noviembre Villalobos mantuvo en Poza una reunión con los jefes de su división para tratar de animar a la Junta a que regresara a Castilla y continuara marchando hacia el oeste poniendo en armas los batallones de las provincias de León y Palencia.
En la noche del 3 al 4 de noviembre, el coronel Villalobos salió de Poza dirigiéndose a Villadiego, a 45 Km de distancia, donde entró a las 10 de la mañana al frente de siete u ocho mil hombres.
A mediados de noviembre las deserciones y las derrotas infringidas a las tropas carlistas pusieron punto final al levantamiento castellano, viéndose sus jefes obligados a pasar a Portugal o dirigirse a las provincias del Norte. Otros cayeron en manos liberales y fueron fusilados, como el canónigo Echevarría lo fue en Villadiego el 18 de noviembre.
Don Feliciano, pág 188: superado el abandono en que quedó durante la Guerra de la Independencia por las desamortizaciones decretadas, el convento de San Bernardino recobró su vida, hablándose de él todavía en 1835, primero de las desamortizaciones de Mendizábal. El año 1836 sin embargo figura como extinguido, para ya no renacer más.
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-Don Feliciano, pag 193: Consta que en 1836 las autoridades provinciales encarcelaron, por inculpación de negligencia, a toda la Corporación Municipal.
Todo lo cual nos hace ver que la causa isabelina no fue acogida, ni mucho menos, con el general entusiasmo de la población pozana.
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-(Los días 17 y 18 de diciembre de 1836 la expedición de Gómez pasó por Salas de Bureba y Oña de regreso al País Vasco (pág. 215 y ss del libro La Expedición de Gómez de Alfonso Bullón).
- Don Feliciano, pag 193: En la vida civil, uno de los prohombres de la villa, Don José Gabriel Merino Gobantes, sin duda tachado de carlista, es desterrado por el capitán general de las tropas isabelinas a la villa de Prado (Madrid).
En 1836 el Administrador de Correos de esta villa es destituido de su cargo, bajo la acusación de tener un hijo boticario con “la facción” y de haber acogido en su casa a la mujer de un “capitán que está en la misma facción”. Quizás con estas, entre otras familias, contaría Don Carlos Laborda, Obispo de Palencia, cuando en 1836 llegó a Poza con toda su comitiva intentando alcanzar territorio vascongado, para unirse al bando del pretendiente.
Es notorio el caso de este obispo, que sorprendido y capturado conjuntamente con su comitiva, fue deportado vía Málaga, a Ibiza, donde murió tras largo y penoso cautiverio (v. T. López Mata, IFG, t XVIII, pag 241)
-Don Feliciano, pag 194: “”En la villa de Poza, a 9 de julio de 1837, reunidos los señores del Ayuntamiento Constitucional de la misma, y a virtud del oficio que se pasó al Presidente del Cabildo Eclesiástico, todos los de que se compone este, los de la Administración de Salinas Nacionales Estancadas, Correos, Milicia Nacional Voluntaria, Partida de Carabineros de Hacienda Pública, y la del regimiento de Infantería de la Reina, permanentes en esta citada villa con sus respectivos jefes, y estando así reunidos en las casas consistoriales, se salió de ella procesionalmente, para la publicación de la Ley Fundamental decretada, dada la hora señalada al efecto, y se verificó en los sitios señalados y más públicos, leyéndose por mí, el Secretario, en altas y perceptibles voces.
En el mismo día, los individuos de la diligencia anterior se constituyeron en la Iglesia Parroquial y, después de celebrar la misa mayor, leída la Constitución por el señor Cura Párroco más antiguo que la cantó (la misa) , y por quien se hizo una breve alocución del gran interés y beneficios que resultarían a todos en general en la observancia de sus capítulos finalizada la guerra, se tomó enseguida el juramento por el señor Alcalde Presidente de dicho Ayuntamiento a todo el auditorio, con lo cual habiéndose cantado enseguida un solemne Te Deum, se concluyó el acto”.
-Don Feliciano, pag 37: “El 27 de agosto de1837, en la primera guerra carlista, ante el anuncio de que un cuerpo de ejército de “la facción” está en Covarrubias y pueblos limítrofes, dirigiéndose hacia La Brújula, se recuerda y urge que esté a punto el castillo de acá, para defensa de la Milicia Nacional que aquí permanece”.
-Don Feliciano, Pag 193: La Expedición Real en su retirada hacia las provincias del Norte pasó por distintos sitios de la provincia de Burgos. Había que pasar el Ebro por el lugar más seguro, y éste pareció ser el valle de Valdivielso. En la acampada inmediata anterior, según el alcalde de Roa, el propio Don Carlos, casi fugitivo, con parte de su ejército hizo alto en Poza. De donde se deduce que al menos la noche del 17 al 18 de octubre de 1838, Don Carlos, el Pretendiente, pernoctó en nuestra villa. (Fray Valentín de la Cruz, Bol. “Amigos de Poza”, nº 2, 1981). (Esta información no parece fundamentada a la vista del libro de Bullón de Mendoza sobre la Expedición Real).
Don Feliciano, pag 193: Poza tuvo que hacer enormes aportaciones de bastimientos para el ejército isabelino. Así por ejemplo, la intendencia del Cuerpo Expedicionario del Norte impuso a esta villa: 4000 raciones de pan, otras tantas de carne y 400 de cebada, a la vez que embarga todas las caballerías mayores y menores de la localidad. Las entregas se hicieron primeramente en los acantonamientos de Las Ventas del Cuerno (Villalta) y Oña. Posteriormente casi exclusivamente en Oña, o donde sus mandos ordenaran.

-Don Feliciano, pag 37: Durante la segunda de estas guerras (sic) el 15 de julio de 1855, es el mismo capitán general de Burgos quien ordena se pongan vigias y patrullas en la peña del castillo (seis personas de noche y dos de día), obligando a todos, sin exceptuar a los clérigos que pondrán suplentes, a prestar este servicio.
No nos consta que (el castillo) destacara por ninguna operación brillante (¿sería porque nadie creía en la razón de la guerra?) pues que, a pesar de la Milicia Nacional de Poza con sus cien o más voluntarios de guarnición en la Villa, los carlistas entraron multitud de veces y llevaron por las buenas o las malas lo que pidieron” (no queda claro a qué período se refiere esta afirmación)
Don Feliciano pag 126: En la segunda mitad de 1855 hubo una devastadora epidemia de cólera en Poza con saldo de 185 muertos, provocando que muchos vecinos huyeran del pueblo para escapar del contagio.
Pág 159: Entre 1837 y 1841, ya después de las desamortizaciones, hay ocho beneficios o plazas de sacerdotes en la parroquia, lo que no impide que en tiempos de crisis o defunciones fuesen tres, dos o uno los sacerdotes en la parroquia.
-----------------------------------------------------------------------------------------------------------Don Feliciano, pág 193: En 1867 se evadió de Poza el carlista Francisco Cabeza de Torres, que estaba confinado en esta villa por orden gubernamental.
-----------------------------------------------------------------------------------------------------------Don Feliciano, pag 193: En 1876 la mitad de los miembros de la Corporación Municipal fueron encarcelados por las autoridades provinciales, y juntamente con ellos a 12 individuos de los mayores contribuyentes y a otros 12 de inferior capacidad contributiva.
-Don Feliciano, pag 192: No menos de 12 soldados son declarados desertores del ejército gubernamental en la tercera guerra, generalmente por haberse unido a las tropas rebeldes.
[1] Retrato de Ignacio Alonso-Cuevillas en J. A. Gallego.
[2] Datos biográficos en J. A. Gallego
[3] Datos biográficos en J. A. Gallego
[4] J. A. Gallego, pág. 122.
[5] J. A Gallego, pág. 144.
[6] Datos biográficos y retrato en J. A. Gallego.

El combate de Poza en la Guerra de la Independencia


Evocacion sentimental del maestro blogero













Infancia pozana del maestro blogero, aun sin uso de razón pero ya a lomos de pollino
















Urechea, modesto remedo de la genuina Urchala



La vida del hombre en el período de su madurez es, se ha dicho, un continuado retorno a los paraísos de su infancia. Al menos debe ser así para los que tuvieron la suerte de tener una niñez feliz que les permitió abrirse al mundo en una atmósfera de seguridad y afecto.
Doy gracias a Dios, que me permitió nacer en una familia maravillosa, porque éste fue mi caso, de forma tal que no tengo más remedio que testimoniar, ahora que apuro la edad adulta, la veracidad de esa afirmación inicial.
Siendo tres o cuatro generaciones de mi familia pozanos, pasé en Poza de la Sal los primeros veranos de mi vida, prácticamente hasta el filo de la adolescencia. En ella sentí la libertad de un mundo que un niño podía dominar sin preocupación de sus padres. Mis recuerdos de entonces son inconexos, pero todos tocados de una nota de amabilidad, en el sentido más etimológico de la palabra. Aquellas calles de toscas piedras de ofita contra las que chasqueaban las herraduras de machos y burros. El canalillo de agua que bajaba por ellas para distribuir el riego a las huertas, y que era cauce improvisado de carreras de barquitos de corteza de pino o tapones de corcho. Las gallinas, con marcas de pintura roja o azul en sus alas, y que eran peatones inevitables en todas las calles y rincones. Las eras, donde trillar era como un tiovivo del que uno se bajaba con el polvo y la paja ensortijados en el pelo, en los zapatos y hasta las guaridas más recónditas de los bolsillos del pantalón. El Calvario, donde jugábamos al Bote, al Rescate y otros juegos con los que los niños lo pasábamos estupendamente sin necesidad de videoconsolas. Los pozos de riego de las huertas, lugar concurrido de ranas, culebras, larvas de libélula o restos de un pajarillo muerto que flotaba inerte. Las frutas, verdes aún casi siempre, sobretodo manzanas y ciruelas claudias, colgando en el borde del camino para una merienda improvisada y furtiva, castigada casi inevitablemente con tres días de cagalera. Las pipas en la plaza, y el baile con la banda en el kiosco a la menor ocasión, en el que las chicas bailando entre ellas reclamaban a los mozos más dispuestos. Las excursiones al Castellar y Fuente Banasta, a la Cueva de la Verana o al Arenal, a afilar las navajas. Las trampas de liga en charcos y arroyuelos junto al almacén de la Magdalena para atrapar algún jilguero o verdecillo desapercibido. Las subidas al castillo, a encontrar el pasadizo del moro Muza, que justamente desembocaba –oímos decir desde siempre- en el sótano de la casa de mi abuela. Las caminatas, bocadillo en mano al pinar de Cornudilla, o hasta Oña, y las vueltas a paso ligero porque los primeros truenos y el olor a humedad presagiaban tormenta inminente. Las bajadas a bañarse al río, si había suerte y el agua no bajaba color chocolate, y las subidas cuesta arriba a la hora de comer, justo en lo peor de la canícula. Aquél rótulo en aspa junto a la vía: “Ojo al tren, paso sin guarda”, que nosotros cambiábamos por el más ingenioso “Ojo al guarda, paso sin tren”. Las primeras niñas en las que uno se fijaba y a las que dejaba secretos mensajes de amor eterno en las cortezas de los árboles. Las “actuaciones” en el podio de la Comarcal, escenario casi perfecto para unos beatles de doce años, pantalón corto y flequillo. Y las procesiones y rosarios generales, y las misas acompañando a mi abuela, que tenía un banco en la iglesia que le parecía reservado.
Poza era una prolongación de mi propio hogar y la extensión de mi misma familia.
Con el paso de los años y por los destinos de mi padre, dejamos de pasar los veranos en Poza, que fueron sustituidos por estancias más breves en Semana Santa y otras fechas señaladas. Recuerdo entre estas el año de Preu, en el que acudí a Poza con unos amigos cuando el pueblo estaba cubierto por una inmensa nevada. Cuando bajamos del autobús de Soto y Alonso que nos trajo de Burgos, la radio daba la noticia de que la temperatura era en ese momento de ¡24 grados bajo cero!
Tras el fallecimiento de mi abuela –verdadera matriarca familiar- y su entierro en el cementerio de Poza, mis contactos con el pueblo se fueron espaciando. Ya casado, había tratado de encontrar en él alguna casa o terreno para construirme una, pero confieso que la intentona resultó fallida porque aquellas huertas que a uno le parecían semiabandonadas, valían para sus propietarios más que parcelas en la “milla de oro”. Así las cosas, enfilé hacia el Mediterráneo en busca de ese tandem de sol y playa al que mi vida había sido hasta aquel momento totalmente ajena, pero que gustaba a mi mujer. Al fin y al cabo me había casado con ella para tratar de hacerla feliz.
Pero la vida es un eterno retorno, y los afectos más arraigados en lo profundo de nuestro ser no dejan nunca de atraer como imperceptibles líneas magnéticas. Esta llamada de la tierra volvió a traerme a Poza, pasadas ya casi dos décadas y después de casi extinguido el contacto, y a convertirme en vecino del pueblo, propietario por puro azar de una casa construida sobre un terreno que, cerrando el círculo, había sido un huerto de mis antepasados.
Mi regreso a Poza ha sido el retorno a mis orígenes. Cada piedra, cada fuente, cada curva del camino tiene para mi un nombre. El aire frío de la mañana le es familiar a mis pulmones, y la silueta de los buitres recortando el fondo azul por encima de la Cueva de la Verana dibuja el cielo bajo el que creo siempre haber vivido. Me doy cuenta hasta que extremo sigo siendo aquél niño que con mirada ingenua contemplaba el mundo que por primera vez se desplegaba ante sus ojos.
Desde que mi condición de vecino de Poza ha restituido mis derechos espirituales de propietario de sus calles, sus campos, sus gentes y sus cielos, he sentido la necesidad de devolver todo lo que me ha dado, de contribuir a “hacer Poza” en la medida de mis fuerzas, de no ser un hijo del pueblo estéril o indiferente.
A estos sentimientos responde el móvil íntimo que me puso a hacer este blog. Con él he buscado ayudar, en la medida de mis posibilidades, a que Poza y los pozanos se conozcan más a si mismos, porque sólo lo que se conoce se puede amar.

Con todas sus limitaciones, de las que soy muy consciente, pongo este escaparate a disposición de los internautas, como una muestra de esa devoción por Poza y por la historia de nuestra patria que necesito compartir, porque siempre he creído que los amores genuinos, como la verdad, son por su propia naturaleza comunicativos.

[1] El comentario se refiere al libro de D. Feliciano Martínez Archanda “Poza de la Sal y los pozanos en la Historia de España”, el libro sobre Poza por antonomasia.